Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 28 de febrero de 2018

Dignidad matrimonial: una vocación (3)


Dignidad matrimonial: una vocación
Mensaje cuaresmal del Cardenal Karol Wojtyla en Cracovia, 1978 (3ra y ultima parte)
(cont de 1 y 2)

Nuestro tiempo, marcado por el signo de la duda respecto a valores fundamentales, necesita que todos nos dediquemos a buscar toda vía posible que apunte a custodiar la fidelidad, el amor y la integridad conyugal. «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mc 10,9): el hombre es capaz de observar el sexto mandamiento, solo debe colaborar con la gracia de Dios que nunca le es negada a aquel que la busca sinceramente.

La colaboración requiere ante todo oración personal, y acto seguido de la vigilancia sobre uno mismo, la lucha contra las tentaciones, del aprendizaje, en fin de la verdad acerca del cuerpo y del sexo, tal como es anunciada por el Evangelio y recogida por nosotros de la tradición moral y cultural. Pero el hombre vive en medio de otros; entonces para crear un clima de pureza es necesario el compromiso de todos, para que ante todo la juventud no tenga dudas sobre los valores de pureza y fidelidad conyugal y encuentre un terreno propicio para comprometerse totalmente al servicio del amor y de la vida en un matrimonio indisoluble dándole sentido cabal a su vida.
 
Ante aquello que en el ambiente de hoy impide tal compromiso es necesaria una minuciosa preparación al sacramento, recordando que éste se halla ante el umbral, no solo de una pareja, sino de toda la comunidad humana; de la Nación, de la Iglesia.

Si durante esta preparación que – que será siempre iniciación catequística – dejamos hablar a Dios y al conocimiento humano, los novios aprenderán a distinguir el amor, la fidelidad y la honestidad conyugal de sus opositores.

Acompañemos esas palabras con la oración ferviente, para que la gracia les ayude a perseverar en ese bien que Dios mismo nos ha confiado con el mandamiento y con el sacramento.

Durante la Cuaresma nos acercamos a Dios dispuestos a escuchar sus enseñanzas. Entre ellas aparece el mandamiento «no cometerás adulterio». Busquemos de nuevo la verdad y la fuerza del vínculo. Démosle derecho de plena ciudadanía a

a nuestra conciencia, en nuestra vida personal y en la pública. Seámosle fieles

Es cierto que el mandamiento le presenta al hombre muchas exigencias, pero tan bien es cierto que le ayuda a actuar bien y toda acción correcta lleva consigo exigencias. Que la Cuaresma sea para todos nosotros el periodo por excelencia durante el cual a través de la escucha de la Palabra la oración y la memoria de la pasión de nuestro Redentor, nos sea posible reencontrar nuestras almas de acuerdo con las palabras de Cristo «el que pierda su vida por mí, la encontrará» Mt, 10,39. Oren los unos por los otros, y «llevad los unos las cargas de los otros» (Gal 6,2) para que a todos les sea concedido gozar en la alegría de la resurrección del Señor.


Muchas gracias a Carmela, que me hizo llegar el texto.

 

(Cuando habia terminado de traducir, encontre que este mensaje esta incluido en El don del Amor: escritos sobre la Familia, que forma parte de la trilogia publicada por Ediciones Palabra -los otros dos titulos son: Mi vision del hombre: hacia una nueva etica y El hombre y su destino: ensayos de antropología)

miércoles, 21 de febrero de 2018

Dignidad matrimonial: una vocación (2 de 3)



Mensaje cuaresmal del Cardenal Karol Wojtyla en Cracovia, 1978 (2da parte)
(Su última Cuaresma en Cracovia)

Intentaremos ahora comprender en su plenitud el amor que ha movido a Dios a ordenar «no cometerás adulterio», y a la luz de estas palabras sencillas pero fuertes, trataremos de analizar nuestros pensamientos, actitudes y palabras. Intentemos considerar también el reverso del sexto mandamiento – fundamental ley moral – según las palabras de Cristo: «Por sus frutos conoceréis…no puede un árbol bueno dar frutos malos»(Mt 7,17-17)
Preguntémonos ahora: si ignoramos este mandamiento le prestamos un servicio al hombre, a la familia, al pueblo o les hacemos daño? Sabemos la respuesta – no obstante cualquier pretensión que intentase filtrarse - desgastan los valores fundamentales en el hombre: abusos, intereses, libertinajes avasallan el amor y la honestidad, y en todo ello se pone en juego el autentico valor del hombre.
Es verdad que Cristo se puso del lado de la mujer adúltera…«quien se halle sin pecado, que tire la primera piedra…» pero también es cierto que después le dijo: « ve y de ahora en adelante no peques mas» (Jn 8,11).

Haciendo así quiso salvar al ser humano de la vergüenza y del desprecio, para reclamarle luego el respeto de su propio valor y de la propia dignidad.

Situemos ahora la elocuencia de estas palabras en nuestra época, y recordemos que todo aquello que no responde al sexto mandamiento es amenaza latente para la dignidad del hombre.

Se equivocan quienes aseguran: «a quien ama todo le es permitido», no es verdad: el verdadero amor – al obrar bajo su influencia positiva – no permite que se lo separe del profundo sentido de responsabilidad por todo aquello que comporta. Y es siempre responsabilidad con respecto al cónyuge. Y por consiguiente de los derechos de los hijos en depositar su confianza en los padres, y en la reciproca fidelidad matrimonial que ellos se deben.

Los padres, y con ellos todos los adultos, deben merecer esta confianza, sin la cual llegan a destruirse lazos tan sagrados: la confianza se convierte en desconfianza, la seguridad en amenaza latente, creando a menudo una atmósfera de cinismo.
Pero estas son solo algunas, si bien no menos dolorosas consecuencias que conllevan ignorar el sexto mandamiento. Las palabras de Jesús a la mujer adultera «ve y de ahora en adelante no peques mas» (Jn 8,11) y a la samaritana «aquel que tienes ahora no es tu marido…..porque has tenido cinco»" (Jn 4,17-18), tienen profundo sentido también hoy que tenemos tantos divorcios.

Cambiar con facilidad de mujer o marido es síntoma de disolución social, y no estamos pagando con ello la inobservancia del sexto mandamiento? Esta relajación se anida con facilidad en los corazones de los jóvenes; la falta de respeto por la pureza matrimonial a menudo no tarda en conducirlos a epílogos trágicos. Ahora los jóvenes menores, entran en “su” vida, destruyendo aquella que han traído del regazo materno. No vemos, en tales resultados, la supresión de la voz del Amor eterno, con la cual Dios ha ordenado «no cometerás adulterio»? « Por sus frutos los conoceréis»


martes, 20 de febrero de 2018

Dignidad matrimonial: una vocación – (1 de 3)


Mensaje cuaresmal del Cardenal Karol Wojtyla en Cracovia, 1978 (1ra parte)

Era el último mensaje de Cuaresma del cardenal Karol WOjtyla en su tierra, Cuaresma que se celebraba en el marco del jubileo enlazado con el 900º aniversario del servicio episcopal de San Estanislao.  Un mensaje dedicado al sexto mandamiento del Decálogo:  «No cometerás adulterio», tema que ya había sido tratado en el Mensaje anual del Episcopado con ocasión de la solemnidad de la Sagrada Familia.

Decia el Cardenal Wojtyla : 
"temática que nosotros retomamos en la exposición – unitaria y continua – de la ley moral, formulada en los Mandamientos. Y lo hacemos conscientes que es ella, en cierto sentido, la raíz a partir de la cual se desarrollara el árbol de la moral, en sentido humano y cristiano conjuntamente.
El antiguo testamento expresaba en forma lapidaria los Mandamientos que se refieren a la esfera de la convivencia humana: los «no» dictados por Dios: «no mataras», «no cometerás adulterio», «no robaras», «no darás falso testimonio» poseen toda la fuerza expresiva de la prohibición divina.

« No cometerás adulterio» en referencia directa al matrimonio, unión – en la eterna ley divina – indisoluble y sacramental entre mujer y marido…« dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Gen, 2,24)

Esa unión a que se refiere el mandamiento, es la misma que en las costumbres de algunos pueblos y culturas se concretiza en la unión de la casa y del lecho familiar. « No cometerás adulterio» quiere decir: no destruirás esta unión, presérvala, defiéndela, como bien fundamental de orden humano, social y moral.

Este bien es realzado en toda la simplicidad y profundidad que le son propias, en el juramento prestado por los esposos, que consagran en la Iglesia su matrimonio. Amor, fidelidad, honestidad matrimonial hasta la muerte. Estas son las palabras que confirman el bien a pleno y que el sexto mandamiento intenta salvaguardar. Y si bien la forma de prohibición « No cometerás adulterio» primordialmente indica al hombre el mal que habrá de evitar, conlleva al mismo tiempo, con autoridad de mandamiento, el bien primario que Dios mismo defiende

De aquel goza ante todo la pareja, para convertirse más tarde en patrimonio de los hijos, y finalmente de toda la sociedad, cuyo bienestar y fuerza moral dependen del amor, de la fidelidad y de la integridad de cada unión matrimonial.

El mandamiento se refiere directamente a los cónyuges, señalándoles cual forma de convivencia marital, a esta comunión fundamental que en el juramento de fidelidad, fortalecido por la bendición divina, se proyecta a la aceptación y educación de los hijos e indirectamente a todos, imponiendo al hombre y a la mujer respetarse mutuamente. En sentido más amplio aun, exige el respeto de la sexualidad humana, en el profundo significado del término, en cuanto ella se halla en estrecha relación con la dignidad de la persona y con la responsabilidad de los padres.
« No cometerás adulterio» requiere por lo tanto pureza interior y publica, y a su vez la condena de todo aquello que la viola o amenaza. Contrasta por lo tanto, con todo aquello que en las costumbres, en el arte, en los espectáculos tiende a la destrucción del clima de candor o presenta peligro para el bien querido por Dios: como Creador haber hecho al hombre «en alma y cuerpo» a su imagen y semejanza, como Redentor indicándole el camino de la vida en la verdad y en el amor.


sábado, 17 de febrero de 2018

El buen samaritano



Pertenece también al Evangelio del sufrimiento —y de modo orgánico— la parábola del buen Samaritano. Mediante esta parábola Cristo quiso responder a la pregunta « ¿Y quién es mi prójimo? ».(90) En efecto, entra los tres que viajaban a lo largo de la carretera de Jerusalén a Jericó, donde estaba tendido en tierra medio muerto un hombre robado y herido por los ladrones, precisamente el Samaritano demostró ser verdaderamente el « prójimo » para aquel infeliz. « Prójimo » quiere decir también aquél que cumplió el mandamiento del amor al prójimo. Otros dos hombres recorrían el mismo camino; uno era sacerdote y el otro levita, pero cada uno « lo vio y pasó de largo ». En cambio, el Samaritano « lo vio y tuvo compasión... Acercóse, le vendó las heridas », a continuación « le condujo al mesón y cuidó de él ».(91) y al momento de partir confió el cuidado del hombre herido al mesonero, comprometiéndose a abonar los gastos correspondientes.
La parábola del buen Samaritano pertenece al Evangelio del sufrimiento. Indica, en efecto, cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. No nos está permitido « pasar de largo », con indiferencia, sino que debemos « pararnos » junto a él. Buen Samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad. Es como el abrirse de una determinada disposición interior del corazón, que tiene también su expresión emotiva. Buen Samaritano es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que « se conmueve » ante la desgracia del prójimo. Si Cristo, conocedor del interior del hombre, subraya esta conmoción, quiere decir que es importante para toda nuestra actitud frente al sufrimiento ajeno. Por lo tanto, es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre.
Sin embargo, el buen Samaritano de la parábola de Cristo no se queda en la mera conmoción y compasión. Estas se convierten para él en estímulo a la acción que tiende a ayudar al hombre herido. Por consiguiente, es en definitiva buen Samaritano el que ofrece ayuda en el sufrimiento, de cualquier clase que sea. Ayuda, dentro de lo posible, eficaz. En ella pone todo su corazón y no ahorra ni siquiera medios materiales. Se puede afirmar que se da a sí mismo, su propio « yo », abriendo este « yo » al otro. Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede « encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás »,(92) Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo.